Ya llevan con nosotros unos cuantos años y nos hemos familiarizado con la mayoría de sus mecanismos. Hoy en día cualquier fotógrafo tiene que conocer los conceptos básicos -conceptos como los píxeles y la resolución- de una cámara digital. Sin embargo, un aficionado que se precie, y no digamos un profesional, también debería dominar otros conceptos no menos importantes como el control del ruido, la interpretación del histograma, el formato RAW y cómo exponerlo correctamente, los espacios de color…
Sólo los aficionados avanzados y los profesionales que se mantienen al día han integrado estos elementos en su «workflow» (eso que toda la vida se llamó, de forma menos «cool», flujo de trabajo). Aun así, ¿le estamos sacando todo el rendimiento posible a la cámara? No estemos tan seguros de ello.
Si nos detenemos a analizar cuidadosamente cómo las utilizamos, descubriremos que en nuestras cámaras existen algunas contradicciones importantes que impiden que, a día de hoy, podamos exprimir al máximo sus posibilidades.
En el apartado del enfoque, por ejemplo, nos encontramos con un problema flagrante: actualmente la inmensa mayoría de cámaras carecen de una función para ampliar la imagen al 100% en un solo paso. Esta acción, que los fotógrafos realizamos para verificar si una fotografía ha quedado bien enfocada justo después de haberla capturado, es tan básica y elemental que resulta increíble que con tanta tecnología los principales fabricantes todavía no la hayan habilitado.
En el caso de las SLR de Canon sorprende que para llegar a ver la imagen al 100% haya que pulsar primero el botón de revisión (así nos aseguramos de que ésta permanece en pantalla) y apretar luego hasta seis o siete veces el mando de la lupa (ampliamos de este modo la vista). Resulta curioso que, justo después del disparo, si pulsamos la lupa mientras la foto aparece en pantalla, ésta se apague. Tiene gracia el asunto. ¿En qué estarían pensando los ingenieros que diseñaron algo así? Otro detalle que se agradecería es que en algún rincón apareciera indicado el nivel de ampliación. Si no, ¿cómo sabemos que hemos llegado al 100%?
En las réflex de Nikon el procedimiento es parecido, con la salvedad de que no hace falta pulsar el botón de revisión para comenzar (se agradece el detalle), pero igualmente hay que apretar seis o siete veces la lupa. Sólo en algunas Sony y Pentax se puede encontrar un botón que amplíe directamente al 100%. (Por cierto: en ciertas Nikon de gama alta, como laD300 y otros modelos superiores, existe un truco bastante escondido en los menús que permite conseguir algo parecido y que explico con detalle en este libro.)
Otro ejemplo, tan o más ilustrativo que el anterior, se refiere a la exposición. Cada día más fotógrafos se están pasando al formato RAW, pero los que nos dedicamos a la docencia a veces caemos en el error de pensar que todo el mundo lo usa. En efecto, todavía hay mucha gente que dispara en JPEG, seguramente porque se encuentra cómoda con este formato pensando que da menos trabajo y que la calidad que ofrece es buena.
Dejando a un lado lo relativo del término «bueno», que depende del nivel de exigencia de cada cual, aún no he conocido a nadie que después de haber descubierto las bondades del formato RAW haya vuelto a su otrora querido JPEG. Disparar en JPEG significa desperdiciar buena parte de lo que una cámara digital moderna puede ofrecer en cuanto a nivel de ruido, definición, reproducción del color, rango dinámico… Así que, quienes todavía no se hayan atrevido a dar el salto al RAW, realmente no saben lo que se pierden. Dadle una oportunidad.
Pero ni el incómodo sistema de comprobación del enfoque una vez realizada la toma ni tampoco la infrautilización del formato RAW son lo peor del caso. Después de estudiar este asunto con bastante profundidad y dedicación durante los últimos diez años, me he ido dando cuenta de que las cámaras actuales no están preparadas para aprovechar toda la calidad del RAW.
Aunque hay otros problemas, el principal está en la exposición: disparando en RAW es poco menos que imposible conseguir la exposición perfecta, ni siquiera usando el histograma.
«Disparando en RAW es poco menos que imposible conseguir la exposición perfecta, ni siquiera usando el histograma»
La mayoría de fotógrafos suelen realizar una lectura con el fotómetro (quizás comienzan con la matricial o bien toman lecturas puntuales en áreas importantes), luego hacen algunos cálculos mentales (del tipo «si el fotómetro sitúa los negros con detalle a 1/30 segundos, entonces voy a cerrar dos pasos para que queden como sombras con textura») y finalmente deciden los parámetros de disparo. Luego echan una ojeada al aspecto de la foto en la pantalla, y si no se ve demasiado clara u oscura, la dan por buena. Otros, más experimentados, revisan el histograma, y si éste no aparece muy descentrado, lo dan por bueno.
El problema aquí es que el fotómetro y el histograma son sistemas totalmente inconexos. El primero se basa en la suposición previa al disparo de cuál será el resultado final del mismo. El segundo es un análisis estadístico de los píxeles que forman la imagen (es decir, del resultado), que depende de varios ajustes de los menús, como por ejemplo el contraste, la saturación o el brillo. Todos ellos afectan al resultado final, pero ninguno al fotómetro.
Así pues, frente a la misma escena el fotómetro siempre indicará lo mismo, pero si se varían estos ajustes el resultado será diferente. Entonces, ¿por qué el fotómetro no está conectado con estos ajustes del menú? ¿Tienen sentido estos parámetros si el fotómetro no los considera?
Los fotógrafos que más han profundizado en el conocimiento de la técnica de exposición para capturas en RAW utilizan mucho menos el fotómetro y mucho más el histograma. Toman una primera lectura con el fotómetro grosso modo, luego disparan y verifican cuidadosamente el aspecto del histograma. El objetivo que buscan es que éste aparezca desplazado hacia la derecha, pero sin llegar a chocar con el extremo. Es la llamada técnica de «exponer a la derecha», que permite obtener una mayor calidad de imagen y un menor nivel de ruido en las mismas condiciones.
Esto quiere decir que el fotómetro es bastante menos útil de lo que ya era en la época de la película, puesto que la validez de la mencionada técnica de exponer a la derecha es demostrable y el fotómetro puede llegar a indicar un «error» de sobreexposición de entre 0,5 y 2 puntos completos cuando el histograma es correcto.
¿Para qué sirve entonces el fotómetro en una cámara digital? ¿Para exponer o simplemente para saber por dónde van los tiros al abordar una escena? ¿Por qué los fabricantes no ponen más empeño en que el histograma tenga una mayor visibilidad, sobre todo antes de disparar? Porque, tecnológicamente, sería posible.
Más aún: los ajustes de imagen de los que hablábamos unas líneas más arriba (contraste, saturación, etcétera) afectan al histograma que muestra la cámara, y no es difícil darse cuenta de que ese histograma no es el mismo que uno se encuentra cuando se dispone a «revelar» el RAW. La explicación estriba en que el histograma de la cámara no es el del RAW, sino el del JPEG. Incluso cuando disparamos en RAW. Los más avezados ya lo saben y procuran ajustar todos los parámetros «a cero» para tratar de ver un histograma lo más fidedigno posible.
Pero lo que no muchos saben es que con eso no basta: hay otros parámetros, como el espacio de color o el equilibrio de blancos, que también afectan al histograma. Y no poco. Con el equilibrio de blancos (comúnmente mal denominado balance de blancos) ocurre que la inmensa mayoría cree que «es sólo para profesionales que buscan una gran fidelidad en el color» o que «no es necesario ajustarlo porque no afecta al RAW». Optan por tanto por dejarlo ajustado siempre en automático, «que es como sale mejor».
«El histograma de la cámara es siempre el del JPEG, incluso cuando disparamos en RAW»
Ninguna de las tres afirmaciones es cierta, empezando por el hecho de que para conseguir una gran fidelidad de color lo que hay que hacer es calibrar la cámara, ya que no es suficiente con ajustar bien el equilibrio de blancos. Pero volviendo al quid de la cuestión, el equilibrio de blancos y el espacio de color sí que inciden -indirectamente- en el RAW, porque afectan a los histogramas de la cámara y éstos a su vez afectan a la exposición del archivo.
Así que para exponer bien en RAW no basta con saber usar el histograma, ya que dejar el equilibrio de blancos en automático garantiza únicamente que unas fotos van a salir mal y otras van a salir… peor. Lo más inquietante es que todo ello se debe a un fallo de los fabricantes, que deberían empezar a pensar en cambiar el funcionamiento de las cámaras para que cuando el fotógrafo elige disparar en RAW no se le muestre el histograma de la captura en JPEG. Porque, aunque parezca increíble, no hay modo alguno de que podamos ver el verdadero aspecto del histograma del RAW.
Quizás los fabricantes deberían empezar a plantearse qué hacer con el fotómetro y cómo tendrían que ofrecer las cámaras del futuro la información de la exposición al fotógrafo. ¿Qué tal un modo de exposición automática (con un fotómetro conectado al histograma o un histograma «convertido» en fotómetro) con prioridad a «derecheo»? Tomen nota mientras la RAE estudia la incorporación al diccionario de este nuevo vocablo.
También es cierto que el histograma del RAW es bastante especial, y si las cámaras lo mostrasen directamente sería difícil poder aprovecharlo en la práctica. Eso si no lleva aplicado una modificación (una compensación de gamma, a todas luces muy necesaria). Pero entre eso y mostrar sí o sí el histograma del JPEG hay un mundo.
¿Llegará el día en que los que buscamos la excelencia técnica podamos sacar todo el provecho de nuestra herramienta fundamental?
Este artículo apareció publicado en el portal QueSabesDe el 25/04/2012